Ya vamos por nueve meses de pandemia. Hace un año si nos hubieran contado lo que iba a pasarnos en 2020 no hubiéramos dado crédito.
Ya vamos por nueve meses de pandemia. Hace un año si nos hubieran contado lo que iba a pasarnos en 2020 no hubiéramos dado crédito. Nos creíamos tan al mando, tan en el control de la vida y ha venido un virus microscópico a poner nuestro estilo de vida patas arriba. Cada día de nuestro calendario ha debido ser reformulado, de una u otra manera: teletrabajando, llevando la mascarilla, quedándonos en casa, comunicándonos por la pantalla, etc. Esto en el mejor de los casos.
Ahora nos toca revisar la Navidad. Tan llena de tradiciones familiares, de pequeñas rutinas, de hábitos perpetuados durante años. De expectativas que nos hemos ido creando con el paso del tiempo sobre lo que «debe ser» para resultar una buena Navidad. Incluso hay una expectativa colectiva sobre cómo deben ser estos días. Me ha gustado mucho este artículo de Kelsey Alpaio en la Harvard Business Review al respecto. Se titula «No es necesario que estés alegre sólo porque sea la Navidad»
A esto se suma, para mí, el cansancio de estos meses de dificultades. De gestión de la incertidumbre a unos niveles a los que no tenemos costumbre. Observo además que en muchas personas hay una necesidad de «tribu«, de compartir con el resto, no sólo con los y las «convivientes». Lo natural es agruparnos, somos animales sociales. Nacemos en estado más inmaduro que cualquier otro animal. Necesitamos del grupo para crecer, madurar, nutrirnos, enriquecer nuestra vida emocional y mental.
La pandemia nos ha restado tribu por todos lados, cada día desde que empezó. A muchas personas se les ha restado para siempre. En esta Navidad, que es una fiesta celebrada en comunidad, necesitamos seguir cuidando a las personas en situación de mayor vulnerabilidad.
Yo me apunto a reconocer el vacío que dejará en mí la ausencia de mi tribu. Ese vacío me habla de la necesidad de abrazar y achuchar a la gente que quiero, de descansar en su amor y de construir vida en unidad. Como no podré descansar, disfrutar y alimentarme de la tribu, intentaré también reformular esta Navidad desde el vacío. Apostando porque este vacío servirá para valorar más los momentos compartidos, los abrazos (que llegarán) y por cuidar algo que no veré directamente: la vida de otras personas de otras tribus.
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