Hace unos días saltaba en los medios una noticia de abusos sexuales de trabajadores de Oxfam en Haití. Estos abusos se produjeron en 2011, un año después del terrible terremoto que asoló el país, dejando más de 200.000 personas muertas. La noticia es deplorable.
Durante 10 años trabajé para Oxfam. Conservo muchos amigos dentro. Mi vínculo emocional con las personas y la causa me ha hecho pararme y ver cómo una noticia como esta puede cobrar tanto peso que invalide mediáticamente el trabajo de una organización que lleva trabajando más de 60 años en 90 países en el mundo, con miles de trabajadores competentes y comprometidos.
Dice el neuropsicólogo Rick Hanson que «nuestro cerebro es como el velcro para las experiencias negativas y como el teflón para las experiencias positivas». Si yo me observo cómo pienso, veo que mi tendencia es a dar mucho más peso a una experiencia negativa que a una positiva. El mismo autor señala que es una cuestión de supervivencia: nuestro cerebro está evolutivamente preparado para sobrevivir en un entorno peligroso en el que hemos vivido miles de años.
A veces pienso que los medios de comunicación son reflejo de esta tendencia. ¿Dónde están las buenas noticias?
Ahora que sé que la tendencia de mi cerebro es esta, puedo ponerme al mando y desactivarla. En mi vida lo practico habitualmente. Si veo que me estoy concentrando en un experiencia negativa mía o de otra persona, intento abrir la mirada y ver qué hay alrededor de ese experiencia. Hago el esfuerzo de recabar más información. Esta práctica me sienta bien porque siento que el mundo no es tan peligroso ni tan hostil, que las personas somos humanas y precisamos de la confianza para avanzar, ya que sin confianza no hay relaciones y sin relaciones…estamos solos.
Hay ocasiones, más de las que me gustaría, en las que mi cerebro va en automático y me veo dictando sentencia sobre alguien con una liviandad increíble. Esto ocurre sobretodo si no tengo ningún vínculo emocional con esa persona.
Cuando una experiencia negativa aparece en nuestra vida y automáticamente se pega a nuestro cerebro, hay tres preguntas que nos pueden servir para reevaluar la confianza
¿Es honesta habitualmente la persona o la organización?
¿Es competente para hablar de lo que habla?
¿Cumple con su palabra?¿Es confiable?
Para contestar responsablemente a estas preguntas necesitaremos información. A partir de ahí, la decisión será consciente. Sea confiar o no hacerlo.
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